En términos simples, la confianza es tener una expectativa razonable en que pasarán cosas buenas en la vida. Es una actitud frente al futuro, que deriva principalmente de la convicción en la integridad y en la capacidad de alguien. Es de naturaleza recíproca: cuando la damos, las personas la reciben y cuando la reciben, la devuelven.
Muchas personas han llegado a considerar que la confianza debe ser “ciega”, basada en la autoridad y el poder que no se puede cuestionar, en la falta de trasparencia, en agendas e intenciones ocultas, en la ausencia de imputabilidad y la opacidad en la información, como si se debiera otorgar a pesar de todo; por eso esas personas tienden a mostrar un desempeño mediocre, comportamientos inescrupulosos y a cometer abusos de todo tipo; el clímax de corrupción pública que estamos observando en estos días es la manifestación más clara de su presencia.
La práctica de la confianza ciega está conduciendo a una altísima desconfianza social generalizada que altera la percepción de todos y “mete en el mismo saco” a quienes sí son honestos, a quienes sí sirven con vocación, a quienes sí hacen bien su trabajo, cumplen la ley, compiten en buena lid y gestan nuevas oportunidades, creando un entorno de falta de esperanza y de temor por el futuro. Una reciente investigación realizada por Ipsos mostró que el nivel de confianza en los empresarios es del 54 % y en los líderes políticos es del 3 %.
En consecuencia, las personas dejan de tomar riesgos, de invertir su dinero, su tiempo y su energía para una mejor sociedad. También son menos proclives a crear relaciones y a involucrarse en situaciones de cooperación e interacción entre personas para alcanzar fines comunes. Se duplica el costo de hacer negocios y triplica el tiempo que se necesita para lograr hacer las cosas, como así lo comprobó Stephen Covey, autor del best-seller La velocidad de la confianza. Por ello Rosabeth Moss-Kanter, destacada académica de Harvard y autora del libro Confianza, identificó a la confianza como un rasgo común en países y empresas de éxito.
Pero la confianza para que sea viable y sustentable debe ser “lúcida”. El filósofo chileno José Andrés señaló que la confianza debe darse en un espacio de “luz”, de transparencia, donde es posible ver y ser visto, reconocer y ser reconocido. Algunos ingredientes para crear confianza lúcida son tener propósitos comunes, tales como objetivos o porqués, fortalezas en los demás que se reconocen, acuerdos que se cumplen, cuentas que se dan y se piden sobre los resultados, trabajo con datos y no con interpretaciones, conflictos que se ponen sobre la mesa, se conversan y confluyen en soluciones.La confianza lúcida se desarrolla ejerciéndola día a día en las decisiones que toman y en las actividades cotidianas en las familias, las empresas, las instituciones públicas, las universidades, las organizaciones y las comunidades. La ciencia ha probado hace rato que para activar la economía hay que entender y actuar sobre la conducta humana, es una verdad que aún no se ha asumido plenamente en nuestro país, no hay nada más estratégico que empezar a trabajarla.