Cuando se quiere promover una transformación cultural en una organización lo primero que se pregunta uno es: ¿por dónde empezar? Y la mejor respuesta que se ha encontrado es: iniciar por gestionar las palabras que se usan a diario. Es recomendable abandonar ciertas palabras, introducir nuevas palabras y acordar el significado de otras. La evidencia científica ha mostrado que el lenguaje es una ventana de la naturaleza humana, somos o nos convertimos en lo que decimos y el por qué lo decimos, o como bien afirmó Octavio Paz: “Estamos hechos de palabras. Ellas son nuestra única realidad o, al menos, el único testimonio de nuestra realidad”.
Desde muy joven, cuando formé parte del club de oratoria del Liceo Naval, descubrí que las palabras significan según quienes las usan, me interesó mucho el poder que tienen para impactar. Me fascinó escudriñar su alma, que es su significado, y las formas como las conectamos y usamos en los mensajes y en las conversaciones que tenemos. Luego en la vida profesional aprecié que las palabras aportan a los gerentes la capacidad para llevar el pensamiento estratégico, las decisiones y la gestión a un nivel superior; sirven para clarificar o confundir, decidir o procrastinar, acordar o desacordar, entender o juzgar, integrar o dividir, energizar o desmotivar, respetar u ofender, incluir o excluir, poner en positivo o en negativo, entre otros efectos poderosos.
Es así que producir el cambio cultural en una empresa parte por el lenguaje, entendiendo las palabras empleadas y el significado compartido, para luego realizar un acuerdo lingüístico consciente: definir aquellas palabras que nos llevan a donde queremos estar o lo que queremos ser y darles un significado que a todos haga sentido. Verificar su práctica disciplinada y estimularla hasta que se ve vuelvan una habilidad, una costumbre, desembocando luego en acciones.
Las palabras que pronunciamos y cómo las usamos nos abren a encontrar un futuro diferente al que hoy en día tenemos, debemos entonces empezar por re-expresar algunas, sobre todo aquellas que en el pasado han sido deformadas, incluso satanizadas.
Ahora que el país escogió una propuesta ética y de encuentro, bien podríamos iniciar una cruzada de comunicación por nuevos significados. Así, en vez de concebir al empresario como el empresaurio, lo concebimos como el creador de valor para la sociedad; y si también dejamos de pensar al servidor público como el vivo que usa su poder para enriquecerse o abusar del ciudadano común, lo pensamos como una persona que ha elegido esa vida por su vocación de servir a la sociedad. ¡Y luego empezamos a cambiar nuestras conversaciones y comportamientos en consecuencia!
De cara al futuro tenemos un gran desafío: hacernos cargo de las palabras que comunicamos en los medios impresos, en las redes sociales y los círculos sociales. Usémoslas con una connotación correcta en términos del país que queremos. Cambiemos nuestras conversaciones para que cambien nuestra vida. Luis Castellanos afirma que el lenguaje no es lo que habíamos pensado, es el constructor, es la herramienta que puede cambiar los discursos empresariales, los discursos políticos y la sociedad misma. (O)