No cabe duda de que la inteligencia emocional, concepto difundido en 1995 por el psicólogo estadounidense Daniel Goleman, es la habilidad que cobra mayor importancia en estos tiempos de pandemia de COVID-19. La inteligencia emocional es la capacidad que tenemos las personas para percibir las emociones tanto propias como ajenas, así como comprenderlas y regularlas.
En las conversaciones vemos de manifiesto nuestra inteligencia emocional. Al conversar colaboramos, acordamos, debatimos, confrontamos, entendemos, etc., y en estas conversaciones fluyen emociones diversas.
Si hay bajos niveles de inteligencia emocional, en las conversaciones predominan los personalismos, la defensa de posiciones, las emociones desbordadas, los diálogos sin sentido y sin escucha, la falta de prudencia y poca tolerancia a los demás; entonces las conversaciones carecen de valor y generan distancia entre las personas.
Por el contrario, cuando hay niveles altos de inteligencia emocional, hay espacio en la conversación para ver con claridad los hechos, para respetar al que habla, escuchar antes de responder, pensar en lo que dicen los demás y admitir las opiniones de los otros. Los diálogos, debates y conversaciones se vuelven auténticos y adquieren el potencial de crear acuerdos, encontrar intersecciones entre puntos de vista distintos y construir propósitos compartidos.
Durante la pandemia hemos visto que las familias, las empresas, las fundaciones y en general todas las instituciones han mantenido su operación y relaciones gracias a las conversaciones. No solo se ha puesto a prueba nuestra salud física, sino también la capacidad para gestionar emociones intensas, como tristeza, miedo, enojo, frustración, entre otras.
Debemos ver a la conversación como la herramienta más importante para la construcción de nuestras relaciones y el fortalecimiento de nuestras organizaciones, y a la inteligencia emocional como el factor clave de éxito para que las conversaciones creen valor y sirvan para evolucionar y transformar positivamente la realidad.
Por suerte la inteligencia emocional la podemos cultivar a través de actos simples y repetitivos en nuestra vida cotidiana, tomando conciencia de las emociones que surgen y tomando control sobre ellas. Urge que revisemos nuestras creencias personales y distingamos aquellas que nos empoderan versus las que nos limitan. Urge que incorporemos el desarrollo de la inteligencia emocional en la educación formal, y un liderazgo centrado en lo emocional en las empresas y las organizaciones en general.
Ha cobrado vigencia lo que Goleman y muchos psicólogos afirman hace más de dos décadas: no saber gestionar las emociones nos hace vulnerables; por el contrario, saber administrarlas nos conduce a una vida exitosa. Y en mi experiencia como consultor, puedo afirmar que su impacto trasciende al éxito de las estrategias, la gestión y el cambio.
Es relevante desarrollar nuestra inteligencia emocional para lograr más conversaciones auténticas y abordar con éxito los temas complejos que seguirán presentes durante el 2021. Seremos entonces mejores personas y tendremos más posibilidades para construir un mejor país. (O)