La silla del líder no es fácil de llevar, es una silla que se ocupa en solitario y quien se sienta en ella debe sabérsela ganar.
Quien ocupa la silla del líder debe ser impecable en forma y fondo, estar dispuesto a enfrentar la responsabilidad por sus acciones, dar cuentas por el manejo de los recursos de que dispone o les fueron conferidos y asumir los efectos positivos o negativos de sus decisiones.
El primer reto de quien quiere ganarse la silla del líder es responder a la pregunta: ¿Hacia dónde vamos? ¿Qué nos depara el futuro? La incertidumbre es el mayor dolor psicológico que puede afrontar un ser humano, el temor de no tener claro lo que va a pasar en el futuro paraliza y desmoraliza. Y son los líderes la mayor fuente de certezas, cuando son capaces de tener una visión del futuro y comunicarla a sus seguidores de manera comprensible.
El segundo reto de quien quiere ganarse la silla del líder es hablar a sus seguidores con la verdad, hacer que miren la realidad tal y como es. Para Ronald Heifetz, profesor de la Universidad de Harvard, el líder debe confrontar a la comunidad que dirige con lo que no quiere ver, haciendo las preguntas difíciles se hace merecedor de respeto, aprecio y apoyo frente a los grandes cambios.
El tercer reto de quien quiere ganarse la silla del líder es mostrarse con entusiasmo, ser un generador de grandes energías positivas que transferidas a sus seguidores les dan a estos la inspiración y el poder para actuar.
El cuarto reto de quien quiere ganarse la silla del líder es tener el coraje y los arrestos para seguir la visión, asumiendo los riesgos y conduciendo los cambios que sean necesarios. En el corto plazo ante los efectos de las decisiones, a veces adversos, los líderes deben ser firmes y mantenerse coherentes con la visión. Quienes quieren ganarse la silla del líder deben aportan con ideas nuevas y potentes tanto para definir el camino a seguir como para superar los obstáculos que este depara.
El quinto reto de quien quiere ganarse la silla del líder es desarrollar la capacidad de autoconocerse y autoliderarse, de mirarse al espejo y reconocer en sí mismo sus falencias: si tiene o no una visión clara, si es capaz de afrontar los hechos desnudos, si tiene ideas para actuar y la energía y el coraje necesarios. Y sobre todo la humildad para aceptar que sus pares y la propia comunidad podrían apoyarlo a crecer en aquello que le hace falta. Un líder así reconoce que debe crear conexiones, tender andamios y trabajar con otros.
Cuando a la gente le falta dirección, el líder debe proveerla, cuando a la gente le faltan respuestas, el líder debe darlas. Cuando a la gente le falta esperanza, el líder debe tenerla y cuando a la gente le falta energía el líder debe contagiarla.
El Ecuador necesita de líderes, tanto en lo público como en lo privado, dignos de merecerse la silla que ocupan y, como bien lo afirma Hanz Finzel, ser capaces de llevar a sus seguidores a lugares donde nunca habrían ido solos.