Desde un punto de vista de la economía clásica, sin capital no puede existir crecimiento y la mejora de los niveles de vida de toda la población; las ciencias que estudian la conducta humana individual y colectiva en el siglo XXI han aportado valiosos descubrimientos a esta certeza.
La discusión del “déficit” generalmente se centra en la disponibilidad de bienes de capital físico, capital financiero y capital humano, tanto para los sectores privados como públicos. Discusión muy necesaria en el corto plazo, mas no suficiente para el largo plazo. Lo que realmente le da la vuelta a la economía de una empresa, una ciudad y un país serían, según varios autores, el capital psicológico, el capital ético y el capital social.
La capacidad de creer en nosotros mismos para valernos por lo que somos e ir en pos de nuestros sueños, la capacidad de recuperarnos como seres humanos de la adversidad, el conflicto y el fracaso o incluso de acontecimientos positivos que resultan abrumadores es parte de lo que se conoce como capital psicológico. La capacidad de enfrentar y afrontar un mundo que nos desafía día a día a mantener la motivación, el optimismo y esperanza para encontrar cómo progresar y salir adelante es vital. ¿Cómo vamos a afrontar la innovación disruptiva en las ciudades, las empresas y los países sin capital psicológico? ¿Cómo vamos a depender menos de los gobiernos que nunca alcanzan a solucionar todos los problemas?
La cooperación, la reciprocidad y la existencia de redes y vínculos de compromisos, de confianzas y expectativas mutuas son parte de lo que se conoce como capital social. La cooperación mutua y la capacidad asociativa son indispensables para alcanzar objetivos comunes y muy elevados, que de lo contrario serían difícilmente alcanzables de manera individual. ¿Pueden llegar las empresas a generar ventajas competitivas e innovación abierta sin incorporar a su ADN el capital social? ¿Hay salidas para la desigualdad económica sin interactuar entre personas diversas?
La reserva de valores morales compartidos por una sociedad es lo que se conoce como capital ético, tales como la compasión, la responsabilidad, la honestidad, el respeto por las autoridades y por los bienes públicos, la puntualidad, el esfuerzo: son el sustrato de la interacción social. ¿Puede el sistema republicano-democrático funcionar sin capital ético de la sociedad? ¿Pueden los líderes en todos los sectores y organizaciones ser referentes de credibilidad e impulsarnos hacia delante sin tener el suficiente capital ético?
“Lo esencial es invisible a los ojos” es una frase del escritor francés Antoine de Saint-Exupéry en su obra El Principito. Significa que el verdadero valor de las cosas no siempre es evidente, es algo que quizás sucede con el capital psicológico, el capital ético y el capital social. Estas nuevas formas de “activos” resultan indispensables hoy, no solo para llevar adelante una vida propiamente humana sino para que puedan funcionar tanto la economía como la vida democrática de un país. Sería un muy buen propósito para el 2020 que cada uno, desde el rol que desempeña en la sociedad, asuma el compromiso de hacer algo al respecto.